martes, 6 de abril de 2010


La experiencia y producción de Ian Curtis suele ser asimilada -junto con la de Jim Morrison o William Burroughs, por ejemplo- a la figura del poeta maldito; aquel que desordenando sus sentidos, y perdiendose en sí mismo, intentaba ver el mundo con ojos reales. Esta misma lectura intenta asociar la violenta presencia escénica de Curtis y la oscuridad de sus textos con cierto ideal romántico de la muerte joven para explicar su suicidio en 1980. No es mi intencion aportar a esa teoría. En palabras de Jon Savage, el poder de Joy Division reside no en una biografía programática sino en una intuitiva navegacion entre la oscuridad y la luz. Como todos los grandes grupos pop, simultaneamente encerraron ambos extremos en sus canciones: la violencia del punk, letras angustiantes y una voz profunda junto con el sonido sintetico del pop europeo -camino que continuaria, tras la muerte de Curtis, New Order, el grupo pop de pasado oscuro. Pero por sobre todas las cosas, Joy Division desarrollo un concepto ambiguo, una suerte de clacisimo moderno. Y en eso triunfaron: Ian Curtis y la banda que murio con él alcanzó la inmortalidad manteniendo su poder de fascinacion. Como la Velvet Underground o The Doors antes, la musica de Joy Division influyó (e influye) a músicos tan dispares como Trent Reznor, Moby o a los Sumo y Los Siete Delfines.

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